¿Ni en el cielo? es el tercero de los volúmenes que, por ahora, forman la colección Manuscritos. Se trata de un poema de más de cuatrocientos versos escrito por Antonio Méndez Rubio e ilustrado por el pintor Javier Fernández de Molina. Al tratarse de un único poema, decidimos darle forma de fuelle para respetar la unidad del texto, con lo que tenemos un desplegable de más de seis metros y medio de largo. Una vez escrito, Fernández de Molina trabajó durante unos meses para crear ocho ilustraciones originales, reproducidas de forma digital y retocadas a mano una a una. Se ha utilizado papel Conqueror de 100gr. para las ilustraciones, que se envuelven en papel Michel de fibra larga (100% manila), libre de residuos, clorados y ácidos para su correcta conservación. Asimismo, el poemario ha sido serigrafiado sobre papel Fabriano Gentile, celulosa pura de 160 gr. Por último, un cartapacio Arjowigggins de 240 gr. contiene el conjunto. La edición consta de 100 ejemplares venales firmados por los autores.
Antonio Méndez Rubio trata de indagar partiendo del silencio, de la huella o de la mímica del espectro, cuáles son las voces perdidas entre la memoria (luz, tierra) y el olvido (vacío, tiempo, cielo) del acontecimiento íntimo, esto es, del acontecimiento del otro y de su inconfesable comunidad. Para ello, traza un itinerario entre el lenguaje material de los cuerpos y su reflejo fractal en los otros, entre nuestro (des)encuentro. Así, traza una encrucijada donde “la palabra ausente” intenta desvelar una respuesta que nunca llega pero cuya cadencia sentimos. Es precisamente en este límite entre la palabra y el silencio, entre la memoria y el olvido, entre el cielo y la tierra“donde va a resultar que no se olvida”.
Aquí os dejo el comienzo del libro, su transcripción y el audio para escucharlo:
Ni en el cielo ni en la tierra.
Difícil de reconocer
pero es aquí donde
va a resultar que no se olvida,
igual que un espectro no puede llegar a decir
“por otra parte, soy un espectro”
sin olvidarse de la mañana pasada en el patio,
de la deuda en lo cierto, en la brisa,
y siempre con la misma ropa.
Los árboles hoy son más parecidos
que cuando la memoria era más que un intento
o un reconocimiento que pierde las huellas
de esa flor de durazno en la luz
sobrevenida:
se encarga así de no comenzar
por lo menos, por nada
que no fuera aquel oscurecer, nuestro,
sobrecogido desde aquellas ventanas,
para el que no hemos tenido
cuerpo, silencio, nada
que decir.
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